jueves, 25 de agosto de 2011

La ola que cubre el Continente.

Horas del día lunes y mientras los noticieros muestran la imagen de miles de eufóricos connacionales dirigiéndose a los tradicionales festejos de Plaza Baquedano, no puedo evitar acordarme de Ignacio Copani y las notas y versos de lo que es un verdadero himno al fútbol latinoamericano, su tema “Simplemente Fútbol”, que sirviera de cortina de presentación del programa homónimo conducido por el legendario Quique Wolff.

“La tribuna se emociona y se divierte, mientras pasan las postales deportivas, y una ola cubre todo el continente, y se olvidan por un rato las heridas” (Ignacio Copani/ Simplemente Futbol).

Y es que en este Chile de hoy, en que son tantas las heridas mal cicatrizadas originadas durante la dictadura y profundizadas en la época de la vana concreción de la alegría prometida, y son tantos los nuevos flagelos propinados por los poderosos y sus capataces y perros guardianes bajo la excusa del progreso y la modernización, que a menudo se hace necesario escaparse y refugiarse tras el dulce transitar de una blanca esfera de cuero; huída que se torna aún más fácil si los que corren tras ella son los 11 de rojo. Así, ingenuamente nos autoconvencemos de que la creencia en la manoseada unidad nacional no es sólo un acto de fe, pues se torna real y concreta durante poco más de hora y media y somos testigos de su prodigiosa aunque breve aparición. Si a alguien pudiera pasarle desapercibido esto, los hombres tras los micrófonos se encargarán de hacérselo notar, pues su trabajo es justamente ese, transportarnos a ese mundo de fantasías y sueños donde el peligro y el terror del día a día no existen.
La cancha se transforma entonces en el purgatorio de nuestras culpas, en el desahogo de nuestras frustraciones, en el asilo de nuestras esperanzas, y en la cuna de nuestro resurgimiento.

“Y, si no hay copa, que haya cope para la gente, que salta sobre el dolor
y nace nuevamente...” (La Bersuit/ El Baile de la Gambeta).

Esto puede, a mi juicio, ser abordado desde dos dimensiones, con derivaciones totalmente contrapuestas.
Primeramente, podemos entender al fútbol como un verdadero bálsamo social. En efecto, las tensiones se alivian o al menos las preocupaciones se diversifican y desvían cuando el pitazo inicial retumba en los oídos de los millones de fanáticos, cuestión que dura bastante más que 90 minutos, pues las alabanzas a la estrella de turno, las puteadas al árbitro y al entrenador, y las más diversas teorías técnicas y estratégicas serán comentario obligado de la sobremesa y de la etílica charla de bar. Esto que a priori a nivel individual pudiera tener un cariz positivo, corre el riesgo de perder tal connotación cuando se traslada al plano de las preocupaciones colectivas y de las reivindicaciones sociales, pues hace fácil la invisibilización comunicacional de dichas problemáticas, llevada a cabo permanentemente por los medios tradicionales de “información”, tendiendo a crear una sensación temporal y relativamente falsa de bienestar común que potencialmente puede enfriar una movilización en ascenso o tapar las atrocidades cometidas por las clases gobernantes.

“Gol en el campo paz en la tierra. Qué bonito es el fútbol, qué pasiones despierta, defiende tus colores, sudar la camiseta; qué bonito es el fútbol para los que gobiernan, están pegando el palo sin partido de vuelta.” (La Polla Récords / Gol en el Campo)

El ejemplo más gráfico de aquello, al menos a nivel continental, viene dado por la Copa del Mundo de Argentina 1978, torneo amañado por la dictadura trasandina para tapar el hedor de los miles de muertos y de las carnes desgarradas por las múltiples violaciones a los Derechos Humanos cometidas por el régimen y para acallar el llanto desgarrador de las Madres de la Plaza de Mayo pidiendo verdad y justicia por sus hijos.

“Arde la ciudad, llueve en tu mirada gris, la gente festeja y vuelve a reír, pero este carnaval, que hoy no te deja dormir, mires donde mires ella esta ahí” (La Mancha de Rolando / Arde la Ciudad)

Sin embargo, si entendemos al fútbol como parte del acervo cultural de una nación, entonces puede cobrar éste una relevancia social muchas veces poco percibida, pues aparece como un campo propicio para la realización de manifestaciones ciudadanas, difusión de tendencias y expresiones de voluntad popular. Esta afirmación está lejos de ser arbitraria o caprichosa, sino que muy por el contrario, su validez se afirma en la observación histórica del desarrollo de los movimientos asociados a las gradas. En efecto, el “hooliganismo” encuentra entre las razones de su aparición el profundo descontento social imperante en la Inglaterra de los años 60, la recuperación del deporte rey por parte de la clase obrera, y la masificación del mismo a través de los medios de prensa, especialmente en lo que a televisión respecta. Así las cosas, tal como se señala en el libro “Football Violence in Europe”, estas cuestiones transforman al balompié en la vitrina óptima para la exposición del descontento social, llevado a la práctica de modo violento por grupos urbanos principalmente compuestos por jóvenes tales como los Teddy Boyes, Mods, Skinheads y Rudeboys.
Por otro lado, en Escocia e Irlanda del Norte, parte de la lucha contra el Sectarismo Religioso se dio precisamente desde las galerías de los estadios de fútbol.
Hoy la cosa parece ir en el mismo sentido. En en el connotado triunfo ante Colombia por 4 a 2 en Medellín que otorgara a Chile los pasajes al Mundial de Sudáfrica pudo observarse clara y reiteradamente el lienzo “Patagonia Sin Represas”, en evidente alusión al repudio popular que ha generado la construcción de la central Hidroaysén. Por su parte, y por más que los 2 canales encargados de la trasmisión de la actual Copa América deliberadamente obviaran comentarlo, en San Juan, durante el duelo contra México se desplegó una bandera chilena gigante que portaba la frase “Educación Libre, Digna y Gratuita”, en manifiesto apoyo al movimiento estudiantil que durante los últimos meses ha azotado la conciencia crítica de un país otrora adormecido.


De este modo me atrevo a sostener no sólo que el fútbol no debe estar ajeno a las reivindicaciones sociales, sino que convencidamente afirmo que, como parte integrante del patrimonio cultural del pueblo mismo, resulta menesteroso que sea tomado justamente por las clases trabajadoras, por los más desposeídos, por los que entienden a justicia social como un valor intransable, para convertirlo en un ámbito más de la lucha popular, reivindicando así a esta, la pasión de multitudes.
Los poderosos ya percibieron esta necesidad y por ello aúnan esfuerzos para convertir este deporte en propiedad de una elite. Tendremos entonces que cerrarles las puertas. Total…

“nada es lo mismo sin fútbol, fútbol, la vida no es la misma sin futbol.” (Jáuregui / Nada es lo mismo sin Fútbol).

por: Luís Henríquez Ferrari
www.diarioelmuro.com

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