martes, 13 de agosto de 2013

El espíritu del 99


Para 1999 el Valle del Cauca sufrió la llegada del Bloque Calima de las AUC a la región. Con la connivencia de la burguesía azucarera y de la III División del ejército, centenares de paramilitares proveniente de Urabá y Córdoba empezaron a operar en las veredas y barrios del departamento. Aún se recuerdan en Tuluá y Buga los horrores de las masacres de Monteloro, Barragán, Santa Lucía, La Alaska y La Habana. En Cali, Palmira, Candelaria y Pradera sigue conservándose el rumor de los horrores de la “limpieza social” de los paracos en parques públicos, esquinas de barrio y asentamientos urbanos.
En esos mismos años, Cali vivía la agitación de una marejada de expresiones juveniles contestatarias y rebeldes. Eran los tiempos de la gran huelga de los trabajadores de Emcali, de la rebelión de los barrios de ladera, del tropel de los estudiantes de Univalle y el Sena. Surgían nuevos puntos de encuentro y socialización, o renacían viejos sitios provenientes de la era caicediana. Y, cómo no, se daba la Guerra de Colores.

En todos los barrios de la ciudad la juventud asumía las banderas de guerra que le correspondía, heredadas de su equipo de pertenencia. Los verdes, admiradores de los hooligans ingleses y de los tifosi italianos, metaleros en su mayoría, aunque también raperos y skinheads, se hicieron llamar Frente Radical. Los rojos, difusores de la escuela que venía del sur del continente, salseros de barrio, punketos de esquina, tropeleros de Univalle, asumieron paradójicamente el nombre de la banda insignia del heavy metal español: Barón Rojo. La Guerra de Colores era (¿es?) una guerra de control territorial, subordinación al mando inmediato y fidelidad a la tribu a la que se pertenece. Muertos y heridos en cien mil batallas, testimonios de un espíritu de época del que fueron testigos de primera línea los muros y paredes de la urbe que fueron pintados y repintados por las marcas de identidad de una guerrita breve en un país de largos combates.

Y, de un momento a otro, el Bloque Calima anunció públicamente (cómo no, si los medios regionales se les arrodillaron servilmente) que declaraba objetivo militar a los dos bandos de la Guerra de Colores: FRV y BRS quedaban proscritos en la calle y la esquina. El orden no podía seguir siendo violado por esa masa de gamberros imberbes.

Y entonces la Guerra de Colores dio a luz a un fenómeno nuevo. De repente, los hechos nos llevaron a aceptar que aquel vecino con una camiseta de “Ultras 92” podía estar en el mismo plano de la opresión que nosotros mismos. Los hechos nos llevaron a comprender que, a pesar del distinto color de nuestras casacas, había un enemigo común y superior que nos declaró la guerra.

Se vino entonces la época del bloque barrista conjunto en las marchas del 1 de Mayo, los talleres colectivos sobre derechos humanos, el acompañamiento a las luchas sociales que inundaban la ciudad, la unidad de acción antifascista, la búsqueda de un barrismo propio, la reflexión sobre nuestra propia cultura futbolera.

Pasaron los años, los campeonatos, las luchas se multiplicaron, las responsabilidades fueron llegando. Los caminos de muchos de nosotros divergieron. Hoy algunos son burócratas de la Unidad Nacional santista -fracción angelinista-, otros, encopetados dirigentes deportivos. A muchos, la heroína los barrió del escenario, pero los recordamos con una sonrisa en la cara, colgados del para-avalanchas, felices por vivir rápido y no dejar obra. Otros tantos, se vieron en el ojo de ese huracán del gamberrismo local, viviendo una guerra cada vez más cruenta, más degradada. Pero muy hondamente sabemos que hay un buen puñado de hijos del Espíritu del 99, tanto rojos como verdes, que seguimos caminando la senda de la unidad y la lucha. Algunos, trillando los caminos de la lucha guerrillera. Otros, líderes de organizaciones sociales y políticas. Aquellos, en las tareas conspirativas de la guerrilla urbana. Pero todos con la convicción de que en nuestro caso, el fútbol fue la más deliciosa y formadora excusa para hacernos revolucionarios. Como dijera Txomin Iturbe, combatiente etarra y fanático futbolero: “¡Aurrera bolie!”, que en buen colombiano quiere decir: “¡Pa'lante con el balón, que el pica'o está bueno!”

1 comentario:

  1. Una de las mejores notas que he leído en este blog. Tengo 37 años y fui miembro fundador del F.R.V (A.K.A Ultras). Nunca pensé que esta historia que reposaba sumergida en lo más profundo de nuestros recuerdos (y temores, también hay que decirlo)viera la luz.

    Buena labor de investigación y gran blog!

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