José Garriga Zucal, doctor en antropología y autor de Haciendo amigos a las piñas (libro que ya publicamos en el blog), está convencido de que el poder político ignora la racionalidad que se esconde detrás de la cultura del aguante de las hinchadas. Dejamos una entrevista realizada a dicho personaje con el fin de entender un poco mas a fondo la problemática violenta de las barras en Argentina.
Fuente: Crítica de la Argentina
Por: Rodolfo Gonzales Arzac
José Garriga Zucal tiene 33 años. Y pasó buena parte de los últimos diez en un paraavalanchas. Tomó cerveza, paró en las plazas y viajó por el país con los miembros de las hinchadas de Colegiales y Huracán. Garriga Zucal esquivó golpes y balas. Y, sobre todo, escuchó. Garriga Zucal es licenciado, magíster y doctor en antropología, y también investigador del Conicet. Todo ese tiempo en el campo de batalla le sirvió para elaborar distintos trabajos sobre la violencia y las redes sociales de una hinchada de fútbol, para convencerse de que el fútbol debería volver a ser una fiesta y para aprender cuáles son las piezas medulares del asunto.
–¿En qué cree que se equivocan las autoridades cuando abordan la violencia en las hinchadas de fútbol?
–En muchísimas cosas. Pero principalmente en que no comprenden la racionalidad del fenómeno. Piensan que es una cuestión de locura, sinsentido, sinrazón, entonces lo tratan como eso. Si entendieran que el fenómeno violento tiene raíces culturales, que es un fenómeno social vinculado con la cultura del aguante, se puede trabajar desde esa óptica. Las autoridades lo que piensan es: “Éstos son todos locos”. No son locos. Los tipos tienen una racionalidad absoluta de todo lo que tiene que ver con el combate, el enfrentamiento y la lucha. Tiene una lógica clarísima para ellos. Una lógica que a nosotros nos resulta completamente ilógica. Pelearse es una forma de ganar prestigio, reputación, una forma de formar parte de una red de relaciones sociales. Es común pensar que la violencia excluye del mapa social. Bueno, en este caso incluye.
–¿Por qué piensa que es posible ordenar o arreglar el problema?
–Porque es un fenómeno social que se fue construyendo. El fútbol no tenía estas particularidades tan violentas y vinculadas con la cultura del aguante, se fue construyendo. Y se puede deconstruir. Es dificilísimo. Pero se puede.
–¿Y por qué razones piensa que el problema tal vez no tenga solución?
–Porque la construcción que permite la violencia en el fútbol y la cultura del aguante está sumamente solidificada. Y tiene que ver con la interrelación de un montón de actores: los dirigentes, la policía, el resto de los espectadores, los periodistas, los jugadores; todos construyeron un espacio donde la cultura del aguante es legítima, donde un montón de gente vive de eso. Hay que trabajar en un montón de áreas al mismo tiempo y eso es complicado.
–¿Y por qué cree que surgió esta cultura del aguante en las hinchadas?
–La cultura del aguante emerge ahora porque aumenta la pobreza, aumenta la desigualdad y aumenta la desocupación. Los grandes valores de la sociedad están en crisis y la violencia tiene una posibilidad de constituirse como un lugar identitario importante. Cuando el trabajo era un lugar donde uno se construía como sujeto, cuando la familia reproducía una cierta cantidad de valores, cuando el Estado –a través de la escuela, al menos en el imaginario– permitía el ascenso social, esta idea de que a través del aguante uno puede ser alguien era más difícil de construir.
–En su libro, describe una evolución de la cultura del aguante. Habla de la vieja escuela y de la nueva escuela.
–Hay un cambio en lo que está permitido en la moral de la hinchada. Hace diez o quince años dispararle a un rival era un acto casi de cobardía. Y las hinchadas cantaban: “Tiraste tiros, sos un cagón”. Hoy las hinchadas cantan: “Los tiros que vos tiraste van a volver”. La violencia antes estaba más vinculada con un tipo de masculinidad respecto de quién es más macho, ahora está más vinculada con la resistencia. Hoy el más macho es el que resiste un tiro, o el que no teme que le disparen. Antes, los fierros sólo se usaban para cuidar las banderas. Hoy, en un enfrentamiento de hinchadas, lo primero que hacen es disparar.
–¿La clave del fenómeno es el acceso al poder?
–Para entender por qué alguien quiere ser miembro de una hinchada hay que pensarlo en dos dimensiones: una que tiene que ver lo instrumental, otra con lo moral. Desde lo instrumental, ser miembro de una hinchada es poder acceder a ciertos recursos: consiguen trabajo, auxilios varios. En un mundo de inestabilidad, ser parte de la hinchada da cierta estabilidad. Pero también hay una cuestión moral: para muchos jóvenes ser miembro de la hinchada es volverse una persona prestigiosa. La violencia genera un nivel de fascinación.
Ahora, después de tantos años, José Garriga cambió de oficina. Ya no mira a las hinchadas desde sus entrañas. Ahora investiga la violencia policial. Y se lo ve seguido por una comisaría bonaerense, tomando notas y mates, sumergido en otro mundo áspero de códigos bravos.
–¿Si los policías hablan de las hinchadas? No. Para los policías, las barras bravas no son un tema muy importante. No hablan de eso. El único comentario es que la pasan muy mal. Hablan, por ejemplo, sobre cómo los escupieron durante un montón de horas. Sólo de esas cosas.
“Haciendo amigos a las piñas”, pero con acento académico
Haciendo amigos a las piñas es la tesis de maestría de José Garriga Zucal en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. Fue publicada por Prometeo Libros tras ganar un concurso de investigaciones. Le llevó años y años de ir los miércoles a la sede social de Huracán. Años de hablar en las esquinas del barrio con los miembros de la barra brava del Globo, de viajar a donde sea para acompañar a la hinchada, de observar el tejido social que se construía alrededor del grupo.
El libro, que respeta los estándares de la investigación académica y social, se lee, sin embargo, de un tirón. Luego es difícil olvidar a Coco, a Rambo, a Lito, a Perro, a Pedro y a tantos más que se quedan dando vueltas en la cabeza del lector: humanizados, gallardos, terribles y violentos; negociando con las autoridades, con la dirigencia, intercambiando favores, planificando las venganzas y las demostraciones de valentía, dando la vida por el compañero, poniéndole el cuerpo a un mundo feroz.
La reflexión a la que llega Garriga Zucal se inscribe en los estudios sobre la cultura del aguante en las hinchadas de fútbol, como un complejo tejido de moralidad. Una idea sobre la que profundizó con el equipo de investigadores del Instituto Gino Germani que encabeza Pablo Alabarces.
El trabajo, al fin, lo marcó a fuego. Para Garriga Zucal la violencia ya no es lo que era, y nunca más lo será. Garriga Zucal consiguió por su investigación un lugar en el Conicet. Y también se ganó unos cuantos problemas familiares. Porque cuando llegó a Parque Patricios, la primera vez, Garriga Zucal era bien hincha de River Plate. Y ahora todos saben que un globito se le metió en el cuerpo. Y parece que ya no se va a salir de ahí.
–¿En qué cree que se equivocan las autoridades cuando abordan la violencia en las hinchadas de fútbol?
–En muchísimas cosas. Pero principalmente en que no comprenden la racionalidad del fenómeno. Piensan que es una cuestión de locura, sinsentido, sinrazón, entonces lo tratan como eso. Si entendieran que el fenómeno violento tiene raíces culturales, que es un fenómeno social vinculado con la cultura del aguante, se puede trabajar desde esa óptica. Las autoridades lo que piensan es: “Éstos son todos locos”. No son locos. Los tipos tienen una racionalidad absoluta de todo lo que tiene que ver con el combate, el enfrentamiento y la lucha. Tiene una lógica clarísima para ellos. Una lógica que a nosotros nos resulta completamente ilógica. Pelearse es una forma de ganar prestigio, reputación, una forma de formar parte de una red de relaciones sociales. Es común pensar que la violencia excluye del mapa social. Bueno, en este caso incluye.
–¿Por qué piensa que es posible ordenar o arreglar el problema?
–Porque es un fenómeno social que se fue construyendo. El fútbol no tenía estas particularidades tan violentas y vinculadas con la cultura del aguante, se fue construyendo. Y se puede deconstruir. Es dificilísimo. Pero se puede.
–¿Y por qué razones piensa que el problema tal vez no tenga solución?
–Porque la construcción que permite la violencia en el fútbol y la cultura del aguante está sumamente solidificada. Y tiene que ver con la interrelación de un montón de actores: los dirigentes, la policía, el resto de los espectadores, los periodistas, los jugadores; todos construyeron un espacio donde la cultura del aguante es legítima, donde un montón de gente vive de eso. Hay que trabajar en un montón de áreas al mismo tiempo y eso es complicado.
–¿Y por qué cree que surgió esta cultura del aguante en las hinchadas?
–La cultura del aguante emerge ahora porque aumenta la pobreza, aumenta la desigualdad y aumenta la desocupación. Los grandes valores de la sociedad están en crisis y la violencia tiene una posibilidad de constituirse como un lugar identitario importante. Cuando el trabajo era un lugar donde uno se construía como sujeto, cuando la familia reproducía una cierta cantidad de valores, cuando el Estado –a través de la escuela, al menos en el imaginario– permitía el ascenso social, esta idea de que a través del aguante uno puede ser alguien era más difícil de construir.
–En su libro, describe una evolución de la cultura del aguante. Habla de la vieja escuela y de la nueva escuela.
–Hay un cambio en lo que está permitido en la moral de la hinchada. Hace diez o quince años dispararle a un rival era un acto casi de cobardía. Y las hinchadas cantaban: “Tiraste tiros, sos un cagón”. Hoy las hinchadas cantan: “Los tiros que vos tiraste van a volver”. La violencia antes estaba más vinculada con un tipo de masculinidad respecto de quién es más macho, ahora está más vinculada con la resistencia. Hoy el más macho es el que resiste un tiro, o el que no teme que le disparen. Antes, los fierros sólo se usaban para cuidar las banderas. Hoy, en un enfrentamiento de hinchadas, lo primero que hacen es disparar.
–¿La clave del fenómeno es el acceso al poder?
–Para entender por qué alguien quiere ser miembro de una hinchada hay que pensarlo en dos dimensiones: una que tiene que ver lo instrumental, otra con lo moral. Desde lo instrumental, ser miembro de una hinchada es poder acceder a ciertos recursos: consiguen trabajo, auxilios varios. En un mundo de inestabilidad, ser parte de la hinchada da cierta estabilidad. Pero también hay una cuestión moral: para muchos jóvenes ser miembro de la hinchada es volverse una persona prestigiosa. La violencia genera un nivel de fascinación.
Ahora, después de tantos años, José Garriga cambió de oficina. Ya no mira a las hinchadas desde sus entrañas. Ahora investiga la violencia policial. Y se lo ve seguido por una comisaría bonaerense, tomando notas y mates, sumergido en otro mundo áspero de códigos bravos.
–¿Si los policías hablan de las hinchadas? No. Para los policías, las barras bravas no son un tema muy importante. No hablan de eso. El único comentario es que la pasan muy mal. Hablan, por ejemplo, sobre cómo los escupieron durante un montón de horas. Sólo de esas cosas.
“Haciendo amigos a las piñas”, pero con acento académico
Haciendo amigos a las piñas es la tesis de maestría de José Garriga Zucal en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. Fue publicada por Prometeo Libros tras ganar un concurso de investigaciones. Le llevó años y años de ir los miércoles a la sede social de Huracán. Años de hablar en las esquinas del barrio con los miembros de la barra brava del Globo, de viajar a donde sea para acompañar a la hinchada, de observar el tejido social que se construía alrededor del grupo.
El libro, que respeta los estándares de la investigación académica y social, se lee, sin embargo, de un tirón. Luego es difícil olvidar a Coco, a Rambo, a Lito, a Perro, a Pedro y a tantos más que se quedan dando vueltas en la cabeza del lector: humanizados, gallardos, terribles y violentos; negociando con las autoridades, con la dirigencia, intercambiando favores, planificando las venganzas y las demostraciones de valentía, dando la vida por el compañero, poniéndole el cuerpo a un mundo feroz.
La reflexión a la que llega Garriga Zucal se inscribe en los estudios sobre la cultura del aguante en las hinchadas de fútbol, como un complejo tejido de moralidad. Una idea sobre la que profundizó con el equipo de investigadores del Instituto Gino Germani que encabeza Pablo Alabarces.
El trabajo, al fin, lo marcó a fuego. Para Garriga Zucal la violencia ya no es lo que era, y nunca más lo será. Garriga Zucal consiguió por su investigación un lugar en el Conicet. Y también se ganó unos cuantos problemas familiares. Porque cuando llegó a Parque Patricios, la primera vez, Garriga Zucal era bien hincha de River Plate. Y ahora todos saben que un globito se le metió en el cuerpo. Y parece que ya no se va a salir de ahí.
La violencia en el fútbol desde mi punto de vista no tiene solución, es parte del propio deporte. Todos se quejan de la violencia pero cuando vas a la cancha todos se jactan de su hinchada, los propios clubes hacen propagandas con sus hinchadas, las cadenas de televisión que transmiten fútbol también hacen propagandas con ellas. Incluso en el fútbol europeo donde no son tan importantes siguen existiendo, Real Madrid, Barcelona, Manchester United, PSG, Lazio, etc. El exterminio de la violencia en el fútbol es una utopía.
ResponderEliminarEn realidad el fin de la violencia es utópico en todas las esferas de la vida social. Es una conclusión que nos deja la historia y el reflexionar filosófico de la existencia humana. Pero no es imposible volverla mas humana, es decir, dotarla de razón y direccionarla hacia aspectos que de uno u otro modo ayuden a la complementación del ser en sociedad. La violencia en las hinchadas de fútbol carece de sentido social, se va mas a mentalidades identitarias y territoriales en determinada temporalidad. No es utópico cambiar esto y la idea del barrismo social latinoamericano apunta inconsientemente a eso.
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